Le Saint James
domingo, noviembre 7th, 2010 | Hoteles, Restaurantes, Resto del Mundo
Bouliac es un pequeño y tranquilo pueblo a escasos 15 minutos del centro mismo de Burdeos. Además, su emplazamiento a 70 metros de altura por encima de la ciudad de los girondinos lo convierte en un espectacular balcón del que se benefician, entre otros privilegiados, el Hotel Le Saint James y, con él, su restaurante gastronómico.
Llegamos al hotel Le Saint James a finales de septiembre, en medio de nuestra pequeña tournée bordelesa, encontrándonos con la sorpresa del ofrecimiento por parte de Richard Bernard -sumiller del restaurante- de participar al día siguiente, junto a amigos y el equipo de Le Saint James -el chef Michel Portos incluido-, en la vendimia de su coqueto viñedo. Vaya desde aquí nuestro agradecimiento por una experiencia especial y la master-class de Richard.
Pero lo que ahora nos ocupa llegó más tarde, en nuestra visita al restaurante de Michel Portos…
Local diáfano, ventanales con vistas de escándalo, mesas espaciosas y la mejor ubicación de la sala para nosotros -cosas del azar, supongo, pero justo premio a nuestro entusiasta esfuerzo matutino entre vides y despalilladoras-.
Tras un divertido carrusel de snacks en el que destacó una maravillosa gelatina -¡cómo no!- de uva con foie, y un entrante de cortesía a cargo de unos boquerones de finísimo y crujiente rebozado, empezamos compartiendo 200 gramos (eso ponía en la carta, pero pondría la mano en el fuego por que eran muchos más) de setas variadas de temporada a la plancha. Muy sabrosas, con el toque justo de perejil y el notorio beneficio de las escalonias.
Y para regar todo este buen inicio, unas copas de orejones, miel y piel de cítricos confitada, materializada en un Château Fontaine 2008, un Sauternes fresco, más fino que potente y delicadamente untuoso.
Como plato principal, Xocolata buscó algo ligero en un entrante: las sardinas, en una original preparación, con los filetes de sardina marinados sirviendo de base de una ligera mousse aderezada con caviar de Aquitaine y limón. Para mí, con permiso de mi admirado Arola, una de las mejores preparaciones con sardina que he probado en mucho tiempo. No tan efusiva opinión la de mi dulce partennaire, que esperaba menos mousse y más sardina y que, aunque disfrutó lo suyo, le pareció algo repetitivo y más indicado para una ración pequeña.
Mi plato fuerte, algo mucho menos atípico, el cordero del Aveyron -¡qué recuerdos de Bras… ya tardo en volver!-, cortado en trozos gruesos, jugoso, cubierto de una excelente demi-glace del jugo de su propia cocción, bien condimentado con miel, limón y romero. Ración generosa, por cierto.
En esta segunda parte nos acompañó, también por copas y por recomendación expresa de Richard, el Château Quinault L’Enclos 2007, un elegante Grand Cru de Saint-Émilion que exhibió su perfecto momento, estructura de libro y un agradable equilibrio entre fruta, madera y mineralidad.
A partir de aquí, el prestigioso repostero Sébastien Bertin toma el mando, presentando credenciales con un buen prepostre de helado de moras y regaliz, acompañado de gratos recuerdos de la infancia a través de la guarnición de moras frescas.
La esfera de chocolate negro Guanaja, con mermelada de banana y sorbete de plátano no lució tanto. Quizás fuera ya el desgaste de la noche, o que no acabé de comprender el concepto del plato, pero la cuestión es que no acabé de disfrutar la múltiple combinación de sabores, texturas y temperaturas que el plato ofrecía.
Ya para acabar, cremoso trío de petit-fours en vasito, a cual mejor, aunque me quedo con la mareante vainilla de Tahití.
Y no puedo cerrar el post sin hacer mención del que probablemente fuera el mejor pan de nuestras vacaciones, acompañado, cosa rara en la zona, no de la consagrada mantequilla -¡qué grandes mantequillas hemos probado por estos lares!- sino de un gustoso aceite de la Provence que, cual auténtico oro líquido, se escanciaba mediante cuentagotas.
En definitiva, 100 euros por persona y nota final muy alta, aunque quizás nuestra incomprensión del postre no le permitiera alcanzar el cum-laude que se espera del poseedor de un biestrellato de la guía roja. Eso sí, las vistas, un distinguido ambiente romántico y, sobre todo, la mejor de las compañías, hicieron brillar aún más la luz del Saint James.
Post written by Daniel Muro
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