Carlota Akaneya
lunes, mayo 14th, 2012 | Barcelona, Restaurantes
Hace aproximadamente un año, Ignasi Elías y Felipe Fernández se pasaron cerca de una semana en el Akaneya Junshinken de Kyoto, estudiando su fórmula, observando sus mecanismos y repasando cada una de las opciones de su carta.
Convencidos del proyecto, decidieron abrir el primer sumiyaki de Barcelona. -¿Y eso qué es?- os diréis, si sabéis de sumiyakis tanto como yo hace unas semanas.
Cada una de las mesas del local dispone de una parrilla de brasas en el centro, para que los comensales puedan prepararse a su gusto carnes, verduras y pescados. Para no perecer asfixiados en semejante convención de barbacoas, un eficaz sistema de ventilación libera de buena parte de los humos del local.
Natsumi, la elegante maestra de ceremonias del local, nos recomendó como formato ideal una tapita -sus yakitapas– y un combinado, ya sea de carnes o pescados, por persona. Obedientes, así lo hicimos.
Como primera yakitapa seleccionada, las bravas, llamadas aquí patatas karai, el guiño ravalero del local, de buen sabor, buena proporción de salsa, y algo penalizadas por una cocción irregular.
También del apartado informal, el yasai yakisoba, o lo que vendrían a ser los fideos con verduras, de fideo largo, espeguetizado. Correcto, sin alardes, aunque de buen aroma. De ración generosa, más plato que tapa.
Como no podía ser de otra forma, el punto fuerte de Carlota es la parrilla, de carbón vegetal ecológico para más señas -la familia Elías es propietaria de la cadena Veritas-, en la que elaboramos según nuestras apetencias los combinados elegidos. El primero de ellos vino del mar, compuesto por navajas -algo fuertes, tanto en sabor como en textura, el producto más flojo de la noche-, unas dignas gambas, y unos tiernos dados de lomo de atún rojo.
Catamos también el combinado de carne y verduras, en este caso en formato de media ración. El solomillo de ternera, de tipo wagyu y proveedor californiano, brilló salvajemente, eclipsando un poco al resto de compañeros de cena.
El pollo, todo muslo, con alguno de los pedazos cortado demasiado grueso, provocando que tardara mucho en hacerse. De la chistorra, impecable, lamenté no tener más reservas. En las verduras, espárragos trigueros, tomate, calabacín, champiñones y una golosa mazorca de maíz.
Como postre, el trampantojo de un trío de pequeños helados de nata, bien disfrazados de makis, con corazón de membrillo, fresa y té verde.
Además del agua, fresquita, en jarra -y gratis, por cierto-, una copa del goloso cabernet sauvignon chileno made in Torres de Las Mulas, a peor precio que el agua.
Al final, algo más de 30 euros por persona -ojo, serán más si queremos darnos todo el festín a base de wagyu– para una propuesta diferente, tan válida para una original velada en pareja como para una cena con amigos.
Post written by Daniel Muro
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