La Balette
martes, septiembre 18th, 2018 | Hoteles, Restaurantes, Resto del Mundo
Septiembre es muy buen mes en Collioure. Todavía con el clima realmente benévolo, ya se empieza a respirar mucha más tranquilidad que en los anteriores meses estivales. Para reforzar la sensación de relax, el hotel Le Relais des Trois Mas, estando a apenas 15 minutos andando del centro, se encuentra lo suficientemente apartado como para poder disfrutar de una terraza idílica, con vistas panorámicas de la fachada litoral de Collioure y con el único sonido de las olas, rompiendo suavemente sobre la pequeña playa que da nombre al restaurante.
Hacía tiempo, de hecho, que no utilizaba como imagen de cabecera una foto de las vistas del local. Y no es que la comida en La Ballette no fuera poco fotogénica, ni mucho menos poco atractiva al paladar, pero resulta evidente que las vistas desde sus terrazas son también una de las grandes bazas del restaurante. Prometo que la foto no es ni de agencia, ni prestada de su web, sino tomada desde mi silla. sin zoom ni estratégicos reencuadres.
Se accede al restaurante a través de un largo pasillo que atraviesa buena parte del piso inferior del hotel -no sé la gracia que le hará a los huéspedes de esas habitaciones-. Allí, amable recepción y, como a la práctica totalidad de los comensales, el maître nos ubica en la terraza Picasso, la principal del restaurante.
Frédéric Bacquié, el cocinero, estrellado en La Balette desde 2009, firma una carta que, cuando se sale del producto local, mira más al sur que al norte. Disponen de varias fórmulas de menú degustación, entre los 50 y los 110 euros, pero vamos con nuestra pequeña gourmet y, aunque hay un menú infantil mucho más apetecible de lo que suele ser habitual, preferimos optar por compartir varios platos de la carta.
Un par de snacks iniciales: buñuelito de pasta choux, con intensa crema de botarga; y canapé de pulpo, tierno, sobre bocado mullido para no entorpecerse entre texturas. Y un helado de tomate, que estimula papilas, a pesar de algunos dados de aguacate algo recios.
La gamba de Palamós, de tamaño medio, fresquísima, sobre salsa tibia de su cabeza, llega también como aperitivo de cortesía. No se cobra, por cierto. En los restaurantes franceses podremos discutirles otras cosas -como los estratosféricos márgenes de los vinos-, pero difícilmente encontraremos en la cuenta ese molesto cargo no solicitado bajo el epígrafe de panes, aperitivos de la casa o petit-fours.
Nuestra comanda se estrena con el calamar con dados de chorizo ibérico, almendras y pimientos rojos a la parrilla, en una versión veraniega, casi fría, más atrevida que el habitual guiso de los mismos ingredientes. La textura crocante de la almendra, o la más recia del chorizo, se hubieran llevado mejor con una mayor ternura en el cuerpo del animalillo. Eso sí, las patas, de vicio… y bien por la cebolla, ligeramente encurtida.
Hay unanimidad en el mejor de los entrantes. Muy sabroso el carpaccio de bacalao, con notas de estragón y en fantástica textura. Impecable. Complementa el plato un segundo servicio en forma de unos golosos makis del propio bacalao y su brandada.
Localización manda, y las anchoas son un fijo en Collioure. Llegan aquí, cerrando el trío inicial, con un refrescante canelón de calabacín, con olivada negra, sandía, piquillos y algunas notas de vinagre de Banyuls -¡sí, por favor, un respiro de los balsámicos!-.
Buena cocción para el San Pedro al jengibre, jugoso, con el atractivo bouquet de aromas mediterráneos de la albahaca, aceite de oliva y limón confitado. Y ya que sale, ojo al aceite, tremendo, del Mas Boutet de Argelès.
En los dulces, turno para Cédric Vasquez, que muestra sus buenas dotes reposteras en el exuberante postre de mató con higos verdes y coll de dama -o de senyora, como llaman aquí-, con un tremendo coulis de frambuesas, de notorio punto ácido, que me reconcilia con esta salsa dulce -¡e insisto, ácida, al fin!- tan habitualmente maltratada.
Académico trío de petit-fours, con bombón almendrado -muy buen chocolate-, nube de coco y fruta de la pasión y financier de avellana.
Buena selección de vinos, con nutrida representación local, tanto de la AOC Côtes du Roussillon como, por supuesto, de la de Collioure, de donde nos quedamos con una botella de Cap Béar Blanc 2017 de Clos de Paulilles, elegante y equilibrado, con tanta mineralidad como fruta de hueso y, por supuesto, con la notoria influencia del Mediterráneo en agradables notas yodadas. Eso sí, penalizado por un margen de 3x respecto a tienda, y un servicio de cristalería mejorable para la categoría del local.
Con una infusión y una botella de Evian sin gas, 240 euros para 2 adultos y nuestra pequeña gourmet en ciernes.
Buena técnica y producto en la cocina salada, repostería cuidada, buen nivel de sala, bodega más que suficiente, entorno maravilloso… Y sí, comí muy bien, para qué negarlo… Pero cada vez que subo unos kilómetros al norte acabo con la misma reflexión. ¿Para cuándo la estrella, entre otros, a Rafa Peña o a Albert Ventura?
Post written by Daniel Muro
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