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Espai Kru [2019]

domingo, junio 30th, 2019 | Barcelona, Restaurantes

Espai Kru es uno de los 3 o 4 sitios que, aun sin ser representativo de la cocina barcelonesa -de la tradicional, al menos-, le recomendaría a alguien que viene un fin de semana a la ciudad. Vale, es cierto, hacía más de un año que no lo pisaba, pero es más por acumulación de oferta que por falta de méritos de un local que, en una marcada propuesta particular, lleva la aparente sencillez de sus bocados a un punto de excelencia tal que mutan en sofisticados.

Por si alguien aún no lo sabe, Espai Kru ocupa el piso superior de la casa madre de los Iglesias, el Rías de Galicia, en una sala diáfana y confortable, de estética actual pero sin alardes, con una barra de coctelería y una cocina a la vista. Allí, la técnica de Ever Cubilla, con ninguna o mínima intervención del fuego, brilla en los cortes precisos, en los aliños delicados o en el buen criterio de sus macerados y ahumados. Y, por supuesto, en la selección de producto. De otra forma, la desnudez a la que se ve expuesta la materia prima dejaría al aire sus vergüenzas.

Si va a haber elegancia en el plato, la elegimos también en la copa, y el profundo espumoso de Recaredo Terrers Gran Reserva -cada día más fan de esta bodega, ahora bajo el sello Corpinnat-, llega al tiempo que los aliños empiezan a lucir músculo en las lozanas ostras del nº2, tanto en las de salsa ponzu y huevas de salmón, como en las de leche de tigre de ají amarillo.

El sashimi de jurel real llega, terso y sedoso a la vez, suavemente marinado con vinagre, con una juliana de ceps y unos indicios de soja y wasabi que asoman, siempre de forma equilibrada, en el recetario del chef.

Paleococina, sí, pero seductora. Para muestra, la mórbida textura del jugoso carpaccio de toro, estimulada con el somero crujir del rábano laminado y, cómo no, con su aliñazo, ahora con matices de manzana y jengibre.

Menos meloso que en anteriores ocasiones, el tartar de solomillo de ternera gallega, de sabor muy puro, sigue pareciéndome de los mejores de la ciudad -lo admito, el de Dani Lechuga en Bardeni es difícilmente superable-.

Otro plato presente desde la apertura en 2012 es el rodaballo salvaje frito. Impecable. Crujiente por fuera, jugoso por dentro. Al gusto, las sinergias de la mayonesa de miso y el ras el hanout. Para comerse hasta las espinas, literalmente. De paso, lagrimita nostálgica por Icho, el desaparecido japomediterráneo de Déu i Mata. en el que tanto disfruté de esta elaboración con mis primeros escarceos con la sauvignon blanc del nuevo mundo.

Pero hoy no toca sauvignon, que vienen curvas, así que nos pasamos del coupage clásico de macabeo, xarel·lo y parellada, a un albillo tranquilo pero cañero. Así, la cremosa madurez del 2016 de 4 Monos, precioso en nariz, se lleva realmente bien con el platazo de la noche, en forma de una golosísima anguila del Delta en un espléndido kabayaki que abusa lo justo de su carácter dulzón.

Para acabar, la ternura de la sobrecostilla de wagyu a la brasa, muy sabrosa, apenas marcada, pero con la posibilidad de subir el punto en piedra anexa. Producto puro. Como mucho, un hilo de mostaza y unas escamas de sal.

En los dulces, dos postres para cuatro, así que vamos sin miedo a la torrija -torrijaza, y no solo en grosor-, coronada por una crema catalana de casi imperceptible azúcar quemado, y flanqueada por un helado de turrón.

Y cerramos con la textura amable de la banda de chocolate, un muy buen pastel trufado perfectamente atemperado -qué diferencia de cuando salen helados, casi petrificados, sin sabor, ni aroma…-.

En los petit-fours, un merengue seco con frambuesa -anunciado de tiramisú, aunque no supimos identificarlo-, para apurar el suave chupito cortesía de la casa.

70 euros por cabeza y la promesa, quede aquí por escrito, de volver antes de un año.

Post written by Daniel Muro

Tags: aliños, anguila, atún, ever cubilla, hermanos iglesias, jurel, marisco, rías de galicia, sashimi, tartar

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