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Coure [2020]

miércoles, febrero 5th, 2020 | Barcelona, Restaurantes

A pesar del cierre del vecino Hetta -sin segundas-, el Passatge Marimon sigue contando con un nivelazo gastro por metro cuadrado como pocas calles de la ciudad, con Hisop y Coure como sus grandes puntas de lanza. De Hisop he hablado mucho, nunca he escondido que la cocina de Oriol Ivern es una de las que más me gustan de Barcelona. Y poco menos puedo decir de la de Coure. Sala o barra, los dominios de Albert Ventura son siempre un seguro. En los últimos meses había vuelto a retomar la costumbre -que nunca debí perder- de pasarme con cierta asiduidad por su barra, pero ya debía cumplirse algún que otro año desde mi última experiencia en la sala de Coure. Demasiado.

No sé si es por las columnas entre algunas de las mesas, por la iluminación, o mérito de su público, pero el ambiente de la sala es siempre acogedor y relajado, incluso con cierto grado de intimidad a pesar del buen aprovechamiento de los espacios. En la carta, varias opciones de menú, alguna sobre 35 euros que, fuera de la del Topik de Adelf Morales, pocos locales de la ciudad pueden presumir de semejante relación calidad-precio.

Dudamos en ir a por él, pero algunas de las tentadoras propuestas fuera de carta nos llevan a configurar nuestra propia degustación. Y el inicio no puede ser otro: las Croquetas. Sí, con mayúscula. Hoy no es la clásica de curry, hoy es de rostit, pero igual de fluida, de crujiente… La de Coure, con permiso de la de jamón de Jordi Vilà y, desde la apertura de Nairod, las de Rusti, gran discípulo del propio Albert, sigue liderando mi top croquetil en BCN.

La pasta es otro de los puntos fuertes de Coure. Y no hay nada peyorativo en ello. Es un producto maltratado por numerosos restaurantes de menú o supuestamente italianos -incluso sin supuestamente- que, bien cocinado, puede dar auténticos platazos. Y este lo es. Linguini de textura aterciopelada, potenciada aún más por la yema de huevo, con profusión de lascas de trufa que redondean el conjunto, y parmesano al microplane.

Seguimos con un par de las propuestas que no constan en el papel. Las alcachofas, crocantes, se hacen más amables con finas láminas de panceta ibérica y parmesano. Y, mejor aún, llegamos a tiempo de disfrutar de la última ración de guisantes del día. Explosivos, casi una dulce crudité, y tan frescos como los tiernos y sabrosísimos chipirones con los que se asocian.

La masterclass de texturas parece no tener fin, ahora con la melosidad de una boeuf bourguignon como hacía tiempo que no comía, con sus verduras -bestiales, muy intensas, hay truco técnico, a mí no me quedan así- y una salsa profunda, achocolatada, que hace tan buenas migas con el mullido pan como con el impecable puré de patata al aceite de oliva servido en plato anexo.

En mi reciente paso por el Bistrot Bilou -insisto en recomendarlo-, su espléndido babá al ron me hizo acordarme del de Albert que, junto al de Nandu Jubany, siempre he tenido como referencia. Lo busco en la carta para cerrar la sesión, pero no hay suerte. Nada grave, viendo composición y resultado del cremoso de chocolate negro: bizcocho de chocolate con avellanas, crujiente de praliné, helado de chocolate y adictiva confitura de naranja.

En la parte líquida, Le Picatier Gaménits 2016 demuestra que hay vida en la maceración carbónica de la gamay más allá de Beaujolais. Afrutado, carnoso y con agradables notas de pimienta que refrescan el conjunto y ponen el sello de su terroir de la Loire. A todo esto, muy buena carta de vinos y, como siempre, recomendaciones a la altura por parte de un equipo de sala muy amable, atento y cercano, pero discreto.

Con agua y sin cafés, unos más que razonables 65 euros por cabeza. Lo dicho, restaurante de cabecera, en barra y en sala.

Post written by Daniel Muro

Tags: albert ventura, barra, boeuf bourgignon, croquetas, guisantes, linguini

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